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Las
Moscas
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Hay
tres temas: el amor, la muerte y las moscas. Desde que el hombre
existe, ese sentimiento, ese temor, esas presencias lo han acompañado
siempre. Traten otros los dos primeros. Yo me ocupo de las moscas,
que son mejores que los hombres, pero no que las mujeres. Hace años
tuve la idea de reunir una antología universal de la mosca. La
sigo teniendo. Sin embargo, pronto me di cuenta de que era una
empresa prácticamente infinita. La mosca invade todas las
literaturas y, claro, donde uno pone el ojo encuentra la mosca. No
hay verdadero escritor que en su oportunidad no le haya dedicado
un poema, una página, un párrafo, una línea; y si eres escritor
y no lo has hecho te aconsejo que sigas mi ejemplo y corras a
hacerlo; las moscas son Euménides, Erinias; son castigadoras. Son
las vengadoras de no sabesmos qué; pero tú sabes que alguna vez
te han perseguido y, en cuanto lo sabes, que te perseguirán para
siempre. Ellas vigilan. Son las vicarias de alguien innombrable,
buenísimo o maligno. Te exigen. Te siguen. Te observan. Cuando
finalmente mueras es probable, y triste, que baste una mosca para
llevar quién puede decir a dónde tu pobre alma distraída. Las
moscas transportan, heredándose infinitamente la carga, las almas
de nuestros muertos, de nuestros antepasados, que así continúan
cerca de nosotros, acompañándonos, empeñados en protegernos.
Nuestras pequeñas almas transmigan a través de ellas y ellas
acumulan sabiduría y conocen todo lo que nosotros no nos
atrevemos a conocer. Quizá el último transmisor de nuestra torpe
cultura occidental sea el cuerpo de esa mosca, que ha venido
reproduciéndose sin enriquerecerse a lo largo de los siglos. Y,
bien mirada, creo que dijo Milla (autor que por supuesto
desconoces pero que gracias a haberse ocupado de la mosca oyes
mencionar hoy por primera vez), la mosca no es tan fea como a
primera vista parece. Pero es que a primera vista no parece fea,
precisamente porque nadie ha visto nunca una mosca a primera
vista. A nadie se le ha ocurrido preguntarse si la mosca fue antes
o después. En el principio fue la mosca. (Era casi imposible que
no apareciera aquí eso de que en el principio fue la mosca o
cualquier otra cosa. De esas frases vivimos. Frases mosca que,
como los dolores mosca, no significan nada. Las frases
perseguidoras de que están llenas nuestros libros.) Olvídalo. Es
más fácil que una mosca se pare en la nariz del papa que el papa
se pare en la nariz de una mosca. El papa, o el rey o el
presidente (el presidente de la república, claro; el presidente
de una compañía financiera o comercial o de productos equis es
por lo general tan necio que se considera superior a ellas) son
incapaces de llamar a su guardia suiza o a su guardia real o a sus
guardias presidenciales para exterminar una mosca. Al contrario,
son tolerantes y, cuando más, se rascan la nariz. Saben. Y saben
que también la mosca sabe y los vigila; saben que lo que en
realidad tenemos son moscas de la guarda que nos cuidan a toda
hora de caer en pecados auténticos, grandes, para los cuales se
necesitan ángeles de la guarda de verdad que de pronto se
descuiden y se vuelvan cómplices, como el ángel de la guarda de
Hitler, o como el de Jonhson. Pero no hay que hacer caso. Vuelve a
las narices. La mosca que se posó en la tuya es descendiente
directa de la que se paró en la de Cleopatra. Y una vez más caes
en las alusiones retóricas prefabricadas que todo el mundo ha
hecho antes. Pues a pesar tuyo haces literatura. La mosca quiere
que la envuelvas en esa atmósfera de reyes, papas y emperadores.
Y lo logra. Te domina. No puedes hablar de ella sin sentirte
inclinado hacia la grandeza. Oh, Melville, tenías que recorrer
los mares para instalar al fin esa gran ballena blanca sobre tu
escritorio de Pittsfield, Massachussetts, sin darte cuenta de que
el Mal revoleteaba desde mucho antes alrededor de tu helado de
fresa en las calurosas tardes de niñez y, pasados los años,sobre
ti mismo en el crepúsculo te arrancabas uno que otro pelo de la
barba dorada leyendo a Cervantes y puliendo tu estilo; y no
necesariamente en aquella enormidad informe de huesos y esperma
incapaz de hacer mal alguno sino a quien interrumpiera su siesta,
como el loquito Ahab, ¿Y Poe y su cuervo? Ridículo. Tú mira la
mosca. Observa. Piensa.
Augusto
Monterroso
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