¡Huye,
amigo mío, a tu soledad! Ensordecido te veo por el ruido de los
grandes hombres, y acribillado por los aguijones de los pequeños.
El
bosque y la roca saben callar dignamente contigo. Vuelve a ser
igual que el árbol al que amas, el árbol de amplias ramas:
silencioso y atento pende sobre el mar.
Donde
la soledad acaba, allí comienza el mercado; y donde el mercado
comienza, allí comienzan también el ruido de los grandes
comediantes y el zumbido de las moscas venenosas.
En
el mundo las mejores cosas no valen nada sin alguien que las
represente: grandes hombres llama el pueblo a esos actores.
El
pueblo comprende poco lo grande, esto es: lo creador. Pero tiene
sentidos para todos los actores y comediantes de grandes cosas.
En
torno a los inventores de nuevos valores gira el mundo: - gira de
modo invisible. Sin embargo, en torno a los comediantes giran el
pueblo y la fama: así marcha el mundo.
Espíritu
tiene el comediante, pero poca consciencia del espíritu. Cree
siempre en aquello que mejor le permite llevar a los otros a creer
- ¡a creer en él!
Mañana
tendrá una nueva fe, y pasado mañana, otra más nueva. Sentidos
rápidos tiene el comediante, igual que el pueblo, y
presentimientos cambiantes.
Derribar
- eso significa para él: demostrar. Volver loco a uno - eso
significa para él: convencer. Y la sangre es para él el mejor de
los argumentos.
A
una verdad que sólo en oídos delicados se desliza llámala
mentira y nada. ¡En verdad, sólo cree en dioses que hagan gran
ruido en el mundo!
Lleno
de bufones solemnes está el mercado - ¡y el pueblo se gloría de
sus grandes hombres! Estos son para él los señores del momento.
Pero
la hora los apremia: así ellos te apremian a ti. Y también de ti
quieren ellos un sí o un no. ¡Ay!, ¿quieres colocar tu silla
entre un pro y un contra?
¡No
tengas celos de esos incondicionales y apremiantes, amante de la
verdad! Jamás se ha colgado la verdad del brazo de un
incondicional.
A
causa de esas gentes súbitas, vuelve a tu seguridad: sólo en el
mercado le asaltan a uno con un ¿sí o no?
Todos
los pozos profundos viven con lentitud sus experiencias: tienen
que esperar largo tiempo hasta saber qué fue lo que cayó en su
profundidad.
Todo
lo grande se aparta del mercado y de la fama: apartados de ellos
han vivido desde siempre los inventores de nuevos valores.
Huye,
amigo mío, a tu soledad: te veo acribillado por moscas venenosas.
¡Huye allí donde sopla un viento áspero, fuerte!
¡Huye
a tu soledad! Has vivido demasiado cerca de los pequeños y
mezquinos. ¡Huye de su venganza invisible! Contra ti no son otra
cosa que venganza.
¡Deja
de levantar tu brazo contra ellos! Son innumerables, y no es tu
destino el ser espantamoscas.
Innumerables
son esos pequeños y mezquinos; y a más de un edificio orgulloso
han conseguido derribarlo ya las gotas de lluvia y los yerbajos.
Tú
no eres una piedra, pero has sido ya excavado por muchas gotas.
Acabarás por resquebrajarte y por romperte en pedazos bajo tantas
gotas.
Fatigado
te veo por moscas venenosas, lleno de sangrientos rasguños te veo
en cien sitios; y tu orgullo no quiere ni siquiera encolerizarse.
Sangre
quisieran ellas de ti con toda inocencia, sangre es lo que sus
almas exangües codician - y por ello pican con toda inocencia.
Mas
tú, profundo, tú sufres demasiado profundamente incluso por
pequeñas heridas; y antes de que te curases, ya se arrastraba el
mismo gusano venenoso por tu mano.
Demasiado
orgulloso me pareces para matar a esos golosos. ¡Pero procura que
no se convierta en tu fatalidad el soportar toda su venenosa
injusticia!
Ellos
zumban a tu alrededor incluso con su alabanza: impertinencia es su
alabanza. Quieren la cercanía de tu piel y de tu sangre.
Te
adulan como a un dios o a un demonio; lloriquean delante de ti
como delante de un dios o de un demonio. ¡Qué importa! Son
aduladores y llorones, y nada más.
También
suelen hacerse los amables contigo. Pero ésa fue siempre la
astucia de los cobardes. ¡Sí, los cobardes son astutos!
Ellos
reflexionan mucho sobre ti con su alma estrecha, - ¡para ellos
eres siempre preocupante! Todo aquello sobre lo que se reflexiona
mucho se vuelve preocupante.
Ellos
te castigan por todas tus virtudes. Sólo te perdonan de verdad -
tus fallos.
Como
tú eres suave y de sentir justo, dices: «No tienen ellos la
culpa de su mezquina existencia». Mas su estrecha alma piensa: «Culpable
es toda gran existencia».
Aunque
eres suave con ellos, se sienten, sin embargo, despreciados por
ti; y te pagan tus bondades con, daños encubiertos.
Tu
orgullo sin palabras repugna siempre a su gusto; se regocijan
mucho cuando alguna vez eres bastante modesto para ser vanidoso.
Lo
que nosotros reconocemos en un hombre, eso lo hacemos arder
también en el. Por ello ¡guárdate de los pequeños!
Ante
ti ellos se sienten pequeños, y su bajeza arde y se pone al rojo
contra ti en invisible venganza.
¿No
has notado cómo solían enmudecer cuando tu te acercabas a ellos,
y cómo su fuerza los abandonaba, cual humo de fuego que se
extingue?
Sí,
amigo mío, para tus prójimos eres tú la conciencia malvada:
pues ellos son indignos de ti. Por eso te odian y quisieran
chuparte la sangre.
Tus
prójimos serán siempre moscas venenosas; lo que en ti es grande
- eso cabalmente tiene que hacerlos mas venenosos y siempre más
moscas.
Huye,
amigo mío, a tu soledad y allí donde sopla un viento áspero,
fuerte. No es tu destino el ser espantamoscas.
Así
habló Zaratustra.
Friedrich
Nietzsche
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